miércoles, 15 de agosto de 2012

Corre


Sólo sé que nos persiguen, caminantes sin mente poseídos por un hambre caníbal del que jamás podrán liberarse. Heme aquí luchando por abrirme paso entre cacharros de metal sin gasolina esparcidos en un imposible laberinto que complican el paso a cualquiera, incluso a ellos.

¿Dónde está Ali?, ella estaba justo a mi lado, hace unos momentos…


Eso creo. Porque de repente me siento confusa en relación a mi sentido de orientación.

Lo único que tengo bien claro es que tengo qué ir rápido, más rápido. Veo a más personas huyendo hacia la misma dirección, lejos, algunos gritando desesperados por encontrar un lugar donde ponerse a salvo. No son muchos, después de todo. Ya no quedamos muchos.

-¡Ali! –trato de gritar, aunque mi garganta está seca. Extrañamente seca. Tengo tanta sed… No recuerdo cuándo fue la última vez que tomé un trago de agua. En cualquier caso, no es lo más importante ahora, mientras siga avanzando.

Algunos de los que corren pocos metros adelante me miran, supongo que me estoy quedando atrás; pero claro que no me hacen caso, mucho menos se detienen. Debe importarles más salvar su propia vida.

Quiero avanzar más rápido, pero algo me lo impide. Tal vez las exclamaciones de terror o las miradas de horror a mi alrededor.

Ali ha de andar por ahí, aún viva, tal vez unos metros más adelante, pero viva. Ella tiene qué estar bien entre la gente no contagiada. ¡Tiene qué!

Mi prima es lo único que me queda aquí, en este mundo contaminado bacteriológicamente. No puede haberle pasado nada; es como una hermana para mí.

¡Agh!, ¡Tengo tanta sed!… siento que no podré continuar por mucho tiempo… pero, ¡Por el bien de Ali!, tengo qué hacer un mayor esfuerzo.

Conforme avanzo veo los cadáveres, tanto enfermos y medio acabados como sanos medio completos, tumbados a ambos lados del camino; pareciera que una bestia pasó destruyendo a todos en su camino.

El ardor crece en mi garganta, siento que me quedo sin aliento.

Algo me llama la atención. Un azul brillante relampaguea bajo los rayos del sol, con adornos cafés insertados con hilo. Yo reconozco esa prenda; es el suéter que Ali llevaba hace rato, cuando la perdí de vista. Es que todo había sucedido de la nada; de repente la alarma se disparó y todos debimos salir corriendo de la zona bajo ataque.

-¡Ali-gh! –de nuevo no puedo gritarle, el peso de mi garganta se expande deseando agua, mis pasos se retrasan tropezando con botes de lata. Si no me muevo, me alcanzarán pronto.

Creo que casi alcanzo a mi prima; ahora la puedo ver más cerca. Me mira como si no creyera lo que ve; ¡Debe estar tan feliz de verme! Sonrío a pesar del esfuerzo que conlleva. Ella no se detiene, y eso es bueno, pues la ventaja que tiene le permitirá llegar a algún salvamento.

Siento toser con dificultad, mientras no soporto el dolor de la garganta. Se extiende poco a poco, temo caer deshidratada en un segundo. La expresión de Ali es alarmante. Y es que, miro atrás, hay muchos de ellos caminando rápido para alcanzarnos.

“¡Sigue corriendo, Ali!, ¡No te detengas!”, quisiera poder decirle, pero sé que no podré. La sed me está consumiendo, controlando mi cabeza, ordenándole que tengo qué conseguir algo para beber. Es insoportable.

Sin embargo sí puedo seguir mirándola. Y observo con detenimiento que se nota deteriorada, como cansada de tanto andar; ¿Pero quién no lo está?, todos huimos ahora. Ella también tiene la boca seca, está muy delgada, ojeras bajo sus ojos, y su ropa… su ropa está algo sucia y marcada con tiempo. Pero… ¿Cómo es posible que ese azul brillante haya reducido dos tonos su color en menos de una hora? Y los adornos cafés, están desgarrados por su carrera a través de la ciudad.

No entiendo. Sólo la perdí un poco tiempo, antes de salir del edificio de alojamiento provisional. Yo la alerté para que bajara por las escaleras de incendio, para salir por la calle de al lado, no por donde estarían los infectados; antes de que la masa humana me arrastrara por el lado contrario. Luego me encuentro de nuevo aquí, corriendo por mi vida…

Es mejor que ella siga en marcha, porque pierdo esperanzas sobre mí cuando siento un pesado caminar acercándoseme. Es aterrador imaginar a un muerto detrás de ti, a pocos pasos.

La sed se atora en mi estómago a la vez que llega el ser desfigurado. Observo a mi lado al desgarrado que avanza con un brazo sin responderle y sangre y piel desparramadas en el cuerpo.

Un momento… él me ignora. En cambio, algo adelante parece atraerle más que yo. El ardor del estómago es intenso. Es un vacío que tengo qué llenar; me da impulso para seguir adelante. Ali está muy cerca.

Entonces me doy cuenta, de que no es sed lo que siento, sino hambre. Hambre feroz que me consumirá si no la apago antes. Pero aquí no hay nada qué comer. Nada más que personas. Esas personas que corren fuera de mi alcance; presas aterradas por su consumidor.

Consigo recordar que conseguí salir del edificio, mas no escapar de uno de ellos, quien me mordió arrancando un pedazo de mi brazo. Entonces me infecté. Entonces me perdí, hasta ahora. Hasta que conseguí encontrar a mi prima.

Sí, quería encontrarla… Pero no pretendia ayudarla a escapar.

sábado, 11 de agosto de 2012

La muñeca tuerta.

Dos amigos encuentran enterrada en el bosque una extraña muñeca tuerta que parece haberse convertida en la casa de cientos de gusanos y bichos. Un escalofrío les recorrerá la espalda al desenterrarla, nunca debieron haberlo hecho…

Pedro era casi como un hermano para Juan ya que ambos se conocían desde hace algunos años y eran inseparables. Los dos iban al mismo insti
tuto, estaban en la misma clase y, casi siempre que organizaban trabajos en grupo se juntaban.

Un día la maestra de Ciencias Naturales mandó una tarea bastante rara aunque ciertamente entretenida: los alumnos debían traer muestras de distintos tipos de tierra según el nivel de profundidad, guardando en bolsitas un puñado de tierra cada cinco centímetros que horadaran en ella. Como de costumbre, Juan y Pedro se juntaron para trabajar, aunque en realidad aquello de “trabajar” era un pretexto, una excusa perfecta para que ambos consigan el permiso de sus padres para ir al bosque de las afueras de la ciudad.

Una vez allí decidieron que no deberían adentrarse demasiado ya que correrían el peligro de perderse, no sería la primera vez que algún excursionista poco experimentado se desorientaba en él (en algunos casos con funestos resultados). Marcaron con una tiza todos los árboles por los que pasaban para no confundir el camino de vuelta y empezaron a adentrarse un poco más de lo pactado en las profundidades de la imponente masa de árboles. Llegado a un punto un extraño claro les llamó la atención.

– Este sitio es perfecto para escavar, aquí seguro que no nos molestan las raíces de los árboles y además esas piedras parecen “cómodas” y podemos sentarnos a comer un bocadillo- dijo Juan.

– El bocadillo me lo comeré yo mientras escavas, porque desde luego yo no me pienso ensuciar la camiseta nueva” – bromeó Pedro poniendo voz de niña consentida.

– Hagamos una cosa, nos comemos el bocadillo ahora y con el estómago lleno nos lo jugamos a cara o cruz” – dijo Juan que tenía hambre desde hacía casi una hora.

Tras quince o veinte minutos de risas y bromas, acabaron su almuerzo y Juan sacó una moneda.

– El que pierda empieza, estamos cinco minutos cada uno y continúa el otro. Que por la “bruja de ciencias” no me pienso partir la espalda. Tampoco vamos a enterrar a nadie, así que 50 centímetros de profundidad como mucho.

– Vale, prepárate a perder – dijo Pedro mientras sacaba de su mochila las herramientas de jardinería que le había pedido prestadas a su padre.

Juan perdió el lanzamiento y un poco desganado empezó a buscar por todas partes para elegir donde comenzar a cavar. Vio de pronto un montón de hongos rojos con puntos blancos, todos creciendo juntos en el mismo lugar. Aquello suscitó en él un entusiasmo infantil que le hizo correr a cavar en el lugar como si las setas le indicasen con su presencia la posibilidad de encontrar algo extraño bajo tierra.

– Le voy a guardar unas pocas setas a la bruja, con un poco de suerte serán venenosas jajaja – dijo mientras metía en una de las pequeñas bolsas una muestra de tierra de la superficie.

Al tocar la tierra con sus manos sintió un escalofrío por todo el cuerpo, de pronto comenzó a tener miedo y se levantó de golpe.

– ¡Tengo frío, aquí hace más frío que en todo el bosque! – le gritó a Pedro.

– ¡Jajaja!, ay sí, ay sí, estás encima de un lugar maldito o hay un fantasma justo donde estás cavando – le dijo Pedro ridiculizando a su amigo.

Juan por hacerse el valiente siguió cavando y juntando la tierra en bolsitas diferentes cada cinco centímetros de profundidad. Entretanto, Pedro exploraba el paisaje y jugaba al fútbol con una piedra.

– ¡Mira! – gritó Juan cuando llevaba unos minutos cavando. Pedro fue corriendo a ver lo que Juan le mostraba con tanta exaltación, una muñeca pelirroja de unos treinta centímetros. Al mirarla sintió que un escalofrío le recorría la médula y que el asco se anudaba en su cuello como una larga escolopendra llena de punzantes y grotescas patas.

– ¡Aaaaaggh suelta eso! – exclamó Pedro con una mezcla de terror y asco mientras se apartaba de aquella repulsiva muñeca tuerta que Juan sostenía en su mano.

Juan que parecía confundido miró de nuevo a la muñeca y la soltó horrorizado al ver lo mismo que Pedro: gusanos, enormes gusanos blancos. Se contorsionaban dentro de la cabeza de goma de la muñeca, se agitaban como poseídos y comenzaron a sacar sus pequeñas cabezas por la cavidad en que alguna vez estuvo el ojo faltante de esa muñeca pelirroja cubierta por una ropa que misteriosamente conservaba su blancura casi intacta…

– Pero si cuando la desenterré estaba bien, era preciosa y parecía sonreírme.

El único ojo que le quedaba a la muñeca era inquietante: grande pero con la parte blanca pintada de negro y con un iris pequeño e intensamente rojo en el cual había una diminuta y demoníaca pupila.

¿Qué clase de enfermo mental habría escondido una muñeca tuerta bajo tierra? ¿Por qué los gusanos se aglomeraban en la cabeza de la muñeca? ¿Sería verdad lo del frío que mencionó Juan?

Ambos chicos, realmente asustados, salieron corriendo del lugar, sintiendo como la mirada del único ojo de esa muñeca se les clavaba en la espalda. Únicamente pararon un par de veces, veces en las que Juan se detuvo a vomitar, cosa normal si pensamos que tuvo en sus manos cientos de gusanos sin darse cuenta. Pero al llegar a casa a Juan parecía que no le abandonaban las nauseas, seguía vomitando y su cara tornó a un tono amarillento pálido.

Los dos amigos pensaron que se recuperaría en una par de horas, pero no fue así, con el paso de los días cada vez estaba más delgado, pálido y débil. Tenía el aspecto de uno de esos enfermos terminales que llevan años luchando contra la muerte en una habitación de hospital y los médicos no acertaban a diagnosticar una causa para su enfermedad. Una semana después de desenterrar la muñeca Juan murió.

Desconsolado por la muerte de su amigo, Pedro empezó a relacionarse cada vez menos con los demás y a pasar los recreos en la biblioteca del colegio, en su casa devoraba libros ávidamente y los fines de semana visitaba librerías. Los libros eran sus nuevos amigos, y su refugio. Buscaba explicaciones médicas y poder entender que le pasó a su amigo, pero los síntomas que sufrió Juan eran tantos que parecía que había contraído varias enfermedades mortales simultáneamente.

Un día, en una extraña librería, Pedro encontró dentro de la sección de Esoterismo un libro sobre ritos y leyendas. Era un libro viejo y usado, un libro de esos que ya casi no se encuentran y que tienen extraños dibujos entre sus páginas cubiertas de polvo. Allí decía lo siguiente junto al dibujo de una muñeca igual (excepto por que no estaba tuerta) a la que encontró su amigo:

‹‹El que tenga un mal incurable, que entierre una muñeca igual a ésta mientras entona esta invocación. Su enfermedad quedará atrapada en la muñeca. Pero el primero que la encontrase recibirá la enfermedad y morirá salvo que realice este mismo ritual››

Todo estaba claro: los gusanos, los hongos, el frío, todos eran indicios de que la muñeca que encontraron en el bosque era una muñeca maldita. Una muñeca en la que por medio de algún pacto o brujería alguien había desatado una maldición que condenaría a enfermar a aquel que la encontrara mientras él curaba su cuerpo y sentenciaba su alma.

En algunas creencias del vudú el uso de muñecos que simbolizan personas es habitual, estos “fetiches” pueden tanto usarse para hacer daño como para controlar a sus víctimas. En sí el muñeco es la representación de una persona y sufre y padece todos sus males y por contrapartida todo daño o mal hecho al muñeco lo sufre la persona ligada. Esta leyenda probablemente naciera como la adaptación de estas prácticas de magia negra.